El camino de la ballena by Francisco Coloane

El camino de la ballena by Francisco Coloane

autor:Francisco Coloane [Coloane, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1962-01-01T00:00:00+00:00


Segunda Parte

¡Ballena a proa!

1

El capitán Julio Albarrán se despertó malhumorado de su obligada siesta detrás de los islotes del archipiélago de Melchior. Un vívido sueño lo había transportado por algunos instantes a miles de millas de distancia; pero la cruda realidad le había hecho sacar la cabeza de nuevo entre aquellos cantiles de roca y hielo en mitad del mar de Bellingshausen, el más tempestuoso de los que bordean el casquete polar antártico. Más que islas, aquellos eran verdaderos témpanos encaramados sobre los picachos de algún cráter emergido de las profundidades oceánicas. Aquellas moles de roca y hielo se entreveraban, dejando en su interior una guarecida bahía cuya superficie apenas se levantaba como la respiración de un pecho cuando las olas de la tormenta penetraban por los canalizos convertidas en hinchadas venas de agua. El «Leviatán», un ballenero con sus doce hombres de tripulación y su capitán, se mecía suavemente entre aquellas ondas como si estuviera en un lago, mientras a unos centenares de metros el temporal bramaba chocando contra el ruedo de las islas.

Permanecía fondeado con una sola ancla, dispuesto a levarla en el momento propicio; pero este hacía más de un día y una noche que no llegaba. Una vez que amainó un poco, al salir a mar abierto, otra tormenta de esa fábrica de tempestades que es la Antártida se dejó caer tan súbita y violentamente que el pequeño cazador de ballenas volvió a refugiarse como un perro apaleado. Sus trece hombres ya estaban nerviosos con la inacción en medio de esos sucesivos temporales; sólo Albarrán conservaba la calma, o aparentaba conservarla, como siempre lo hacía delante de su tripulación. El joven piloto Elías Yáñez subía y bajaba del entrepuente, donde se entretenía jugando a las cartas con los dos ingenieros. De vez en cuando dejaba caer una de esas maldiciones que si no se largan envenenan el alma de un marino, para que la oyeran de soslayo el capitán o el contramaestre Tomás Bárcena, quien también había apoyado la idea del capitán de ir a cazar ballenas al oeste de las Shetland del Sur, teniéndolas más a mano —según él— en las cercanías de la isla Decepción, donde estaba instalada la planta de la Compañía Ballenera de Magallanes.

Sentándose en su litera, en la cabina que al mismo tiempo servía de sala de cartas, el capitán Albarrán hizo taconear sus gruesas botas balleneras como para contrarrestar ese rumor del mar que se oía como los pasos de un gigante que se acerca pero que nunca llega. Trató de recordar el placentero sueño, pero a medida que avanzaba, se le caían los retazos más gratos en un pozo de olvido y salían a la memoria otros de una realidad vivida que no encajaban en la atmósfera soñada. Recuerdos verdaderos que se mezclaban a la ficción del sueño, y que le hicieron pensar que no era lo mismo rememorar despierto lo que se había vivido dormido…

En su larga vida de ballenero, siguiendo año tras año la corriente de Humboldt,



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